domingo, 9 de noviembre de 2008

REAL MURCIA/ Al fin una victoria apacible (2-0)

Dos disparos lejanos de Capdevila y Bruno dan aire al Murcia y sosiego a la grada contra un Girona timorato
CÉSAR GARCÍA GRANERO/ La Verdad
Un final apacible no es un final cualquiera. No en Nueva Condomina, acostumbrada al triunfo por la vía del sufrimiento. No fue así ayer, la primera vez que el Murcia llega al epílogo con una diferencia mayor que la mínima. El Murcia no ganó justo, sino con margen, lo cual permite paladear las victorias cuando se ha ganado y también mientras se está ganando. Eso facilitó una camaradería necesaria con la grada, que lo agradeció. Ni un exabrupto ni una queja ni un mal gesto. Hubo tregua en un partido más serio que aromado.
Al fin un final sin el sobresalto de la emoción, pero con la recompensa del sosiego. El Murcia ganó no porque tirara más, sino porque tiró mejor. Dos disparos lejanos de Capdevila y Bruno, uno con el balón en movimiento y el otro no, dieron al Murcia un triunfo vital en un partido de más orden que otra cosa y ante un Girona con un pecado que no es venial y acabó condenándole: su cobardía.
Salió Iván Alonso y el Murcia ganó avidez, algo que le faltaba, y mejoró en el cuerpo a cuerpo, algo que no tenía. Eso le permitió un inicio serio, más que de costumbre, azucarado por el gol de Capdevila, un buen disparo desde la frontal facilitado por un despeje del portero a la remanguillé. El gol le permitió al Murcia una primera parte chata, con el runrún en la grada anestesiado y menos luto que otras veces. Le facilitó la paz un rival que no le dio al Murcia donde al Murcia más le duele: en defensa, donde es más vulnerable.
El Girona jugó siempre en su campo y sin balón. Es decir, no existió más allá del área, y al borde del descanso el Murcia llegó a permitirse el lujo del recreo, como un taconazo al aire de Iván Alonso. Exquisitices que tienen más que ver con la diversión que con la efectividad.
Tuvo el Murcia en Capdevila a su mejor hombre y en Dialiba al más ardido. El serbio tuvo una virtud, más ganas que nadie, y un defecto, a veces quiere recorrer el mundo a base de regates. Un recorte a tiempo es un acierto, un recorte de más es una pérdida de tiempo. Su afán por progresar es encomiable, su excesivo apego al balón, no tanto. Eso le pierde en ciertos momentos, porque lima al equipo y deja al ataque sin su mejor arma: la capacidad de sorprender.
En todo caso, el Murcia convirtió la entrega del serbio, si no en un arte, sí en su principal socorro, porque buscó a Dialiba cuando era necesario y cuando no lo era: lo buscó siempre. Y lo hizo en la primera y en la segunda parte, en la que el Murcia se acercó a su versión menos jubilosa.

Sin centro del campo, el Girona tuvo tras el descanso lo que había despreciado antes: el balón. Incordió así algo más. Tampoco mucho, y demostró por qué no había querido el balón: porque no sabe jugarlo. Así que la pelota se convirtió en material delicado. El Murcia no la tenía, el Girona la buscaba, pero con más timidez que convencimiento.
El eterno problema del Murcia, de nuevo a la palestra: todos sus centrocampistas se parecen mucho. No tienen al lado a nadie que los encumbre, porque no hay nadie con la pierna suelta que le dé continuidad a lo que hacen, cuando el balón ya está en el centro y toca jugarlo. Perdida la batalla del centro, el Murcia se alejó del gol. No tuvo una sola ocasión hasta el minuto 30. El Girona sí, un par, pero Alberto sacó las manos que no tuvo en Jerez.
Por eso el Murcia estuvo en blanco media hora, lo cual pareció abocar al equipo a su mal de todos los días: un rival diminuto y, pese a todo, un final incierto. No fue así porque el Murcia dio un arreón al final. Capdevila, primero, falló solo ante Iván Gómez. Bruno, después, no. Su disparo de falta besó el poste y se fue adentro. La grada respiraba al fin aliviada porque el gol confirmaba la victoria y permitía un final distinto a los de siempre: un final feliz antes del último segundo.

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